Mucho cuidado con los comunistas de derechas

En el único sitio donde la palabra "éxito" está por delante de "sacrificio" y "trabajo", es en el diccionario. Pero aún hay gente que se empeña en pretender demostrar todo lo contrario. Son los que se vienen a denominar "comunistas de derechas", para los que lo "suyo es suyo", y "lo de los demás, también". 

 

 

En una sociedad anestesiada, una sociedad zombi, una sociedad que mira al cielo del estado esperando el maná para subsistir, no es, precisamente, la mejor compañera de viaje para el resto, los que trabajan y producen. Desgraciadamente, y gracias sobre todo a los gobiernos populistas que nos dirigen, vivimos en la época del subsidio, más que nada para tapar bocas y acallar posibles algaradas. Y ésta maldita crisis del Coronavirus no ha hecho sino remarcar, todavía más, los deleznables comportamientos de TODOS esos profesionales del "subsidio" que les proporciona quién sea, a cambio de cualquier mezquina prebenda. Pero llegar a hacer una profesión de las "subvenciones", es simplemente despreciable. 

 

 

Como todos deberíamos saber, un subsidio, o incentivo administrativo, es una forma de ayuda o apoyo financiero que se extiende a un sector económico (organización o individuo) generalmente con el objetivo de promover determinadas políticas económicas y sociales. Puede tratarse de una prestación económica de una duración determinada en el tiempo (como en el caso del seguro de desempleo) o no. 

 

 

A lo largo de nuestra vida existen muchisimas posibilidades de que en momentos determinados, pueden ser incluso varios momentos, a TODOS nos puede ir mal. Y es en esos momentos en los que una sociedad avanzada debe ayudar a cualquiera que le llegue eso. Es por ello que las más grandes personas jamás cambian ni cuando están en la cresta de la ola o en el abismo más profundo.

 

 

Y tambien vivimos en una época de supina ignorancia. ¡¡Supina ignorancia!! La época, como diría el poeta Charles Simic, de la "rebelión de las mentes opacas en contra de la inteligencia", y podemos concluir con el filósofo Sidney Hook en que "la estupidez es una de las grandes fuerzas de la historia". Simic considera que nuestra ignorancia, en el mundo real, nos hace una presa muy fácil de la manipulación política e ideológica. "Para empezar, hay más dinero que ganar de los ignorantes que de las personas educadas, y engañar al pueblo es una de las pocas industrias que seguimos manteniendo en este país. Un pueblo verdaderamente ilustrado sería malo para los políticos y los negocios".   

 

 

El abogado constitucionalista Félix V. Lonigro explica a la perfección qué es el populismo. Dice Lonigro que "el populismo no es una forma de gobierno, sino un estilo de gobernar propio de sistemas democráticos cuyos pueblos tienen una escasa cultura cívica. No es que en las autocracias no sea posible la existencia de populismos. En esos regímenes, los gobernantes no necesitan apelar a métodos populistas, ya que gobiernan sin los límites que marca una ley fundamental, o directamente desconociéndolos". 

"Un gobernante populista tiene un objetivo único y principal: perpetuarse en el ejercicio del poder para enriquecerse a costa del erario público, pero haciéndole creer hipócritamente al pueblo que lo ha elegido, que su principal preocupación es verlo feliz. Para construir ese imperio de corrupción, el populista necesita tres ingredientes fundamentales: pobreza, ignorancia y fanatismo. Necesita a los pobres porque se vale de sus necesidades para manipularlos a su antojo por medio de subsidios y prebendas. El secreto del éxito del populista está en evitar que los pobres dejen de serlo, para lograr someterlos mediante la dependencia económica y social, erigiéndose en protector de aquellos y declarándoles falazmente un amor incondicional que no sienten. Por eso jamás hablan en público de los pobres ni dan a conocer cuántos son".

 

 

"El populista también necesita ignorantes, para evitar que la gente descubra la trama del engaño al que se la somete para cumplir sus objetivos. A un pueblo ignorante se lo engaña fácilmente, haciéndole creer que existen enemigos por doquier que desean perjudicarlos, y en ese contexto el populista se erige en una suerte de salvador supremo dispuesto a luchar contra esos supuestos enemigos a los que jamás denuncia ante la Justicia".

 

 

"Y por último, el populista necesita dotar a su pretendida epopeya épica de un relato impregnado de falsedades y sofismas, que se difunde constantemente a través de interminables arengas y discursos emotivos, cuyo objetivo es fanatizar a sus adeptos, quienes a partir de ese fanatismo califican a los opositores de enemigos, provocando grietas sociales insalvables que no sólo aumentan las tensiones sociales, sino que llegan a destruir grupos de amigos, familias, y hasta parejas Es por ello que los populistas tienen un profundo desdén por los límites normativos al ejercicio del poder -justificando sus excesos en la legitimidad popular de su elección- y por el accionar independiente de la Justicia. Creen en la democracia pero no en la república, invocan falazmente que respetan las normas y califican a las denuncias de corrupción en su contra como intentos desestabilizadores provocados por los enemigos cuya existencia invocan permanentemente".

 

 

"Ignorancia, pobreza, fanatismo y corrupción, son los pilares en los que se sustenta el imperio de los gobernantes populistas, tales como lo fueron los Kirchner en la Argentina, los Castro en Cuba, los Correa en Ecuador, los Morales en Bolivia, los Chávez y Maduro en Venezuela, los Ortega en Nicaragua, y también Roussef y Lula en Brasil. No es casual que, derrumbados sus imperios, de a poco vayan pagando las consecuencias de sus fechorías. Mientras tanto, tal como ocurre en Brasil y la Argentina, los vemos despotricar contra jueces “politizados”, que se pronuncian en causas “armadas” por los “enemigos del pueblo”".

"¡¡Contra el flagelo populista, la educación es el único y más efectivo antídoto!!".

 

 

Y ahí estamos instalados, y mientras el pueblo soberano siga sin decir ni media, lo que nos queda... 

 

 

Amigabilidad, caridad, honestidad, ingenio, justicia, magnanimidad, magnificiencia, paciencia, templanza, valentía y vergüenza son las 11 virtudes que Aristóteles expuso en su Ética como constitutivas de la eudaimonía, que es el término que Aristóteles usa para referirse a una vida buena, feliz y, sobre todo, con significado. No es la felicidad hedonista; es la felicidad que está en armonía con el entorno, con los otros hombres, con el universo e incluso con lo divino. 

 

 

Por último decirles a TODOS los profesionales de la subvenciones y a TODOS los desagradecidos, que haberlos, haylos, que sigan intentando disfrutar de sus más que mediocres vidas. Pero que sepan que eso ni es vida, ni es na'. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Intenten ser felices.